domingo, junio 01, 2014

Evangelio Junio 1, 2014

La Ascensión del Señor
Mateo 28, 16-20.
Solemidad de la Ascensión Ciclo A. Jesús no les dejaba, sólo se les adelantaba, para prepararles el sitio, para infundirles esperanza.


Del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20
Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Oración Introductoria
Señor Jesús, hoy que celebramos tu ascensión me postro ante Ti confiando en tu gran misericordia. Haz de mi alma tu morada y permite que esta oración me ilumine y fortalezca para llevar tu Palabra con alegría.

Petición
Señor, te pido que no sea sordo o indiferente a lo que hoy me vas a decir en mi oración.

Meditación del Papa Francisco
Me gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad– llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús "Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones" es una riqueza para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia.
Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. (S.S. Francisco, mensaje a 87ª Jornada Mundial de las Misiones, 20 de octubre de 2013).

Reflexión
La Ascensión es sin duda un misterio de la vida de Cristo poco meditado. Sin embargo, adquiere especial importancia porque es parte de la Resurrección de Cristo. No se entendería la Resurrección sin la Ascensión. De entre las muchas enseñanzas de la Ascensión podríamos considerar estas dos: Cristo fue levantado de la tierra para atraer a todos hacia Él (Jn 12, 32) y para sentarse a la derecha del Padre, como profesamos en la oración del credo cada domingo o con mayor frecuencia.

"La elevación de Cristo en la cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo" (Catecismo de la Iglesia Católica no.662). Por ello encontramos en la cruz el inicio de su ascensión. Y todo con este único fin, atraer a todos los hombres hacia Él. Jesús aceptó subir a la cruz para mantenernos unidos a Él, para que ninguno se perdiera. He aquí la grande y única aspiración de Cristo en la tierra. Nosotros, ¿cuándo fue la última vez dirigimos una oración de alabanza, de gloria, de adoración como lo hicieron los apóstoles?

"Los discípulos se volvieron con gran alegría y bendiciendo a Dios." Nosotros, después de leerlo, cerramos el evangelio y no podemos contener nuestra sorpresa, quizás alguno enarque las cejas y se pregunte por esta rara actitud de los apóstoles. ¿Es que no se dan cuenta de que se había marchado el Maestro? ¿de que ya no lo verían más en esta vida? ¿que ya nunca más podrían abrazar a su Amigo, mirarlo, disfrutar de su compañía y de su conversación? ¿Cómo se explica, entonces, esa alegría de los apóstoles?

¿Habrían entendido ya, por fin, lo que quiso decirles Cristo con aquello de Os conviene que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros (Jn 16, 7). ¿Recordaban, quizás, la promesa de Cristo: No os dejaré huérfanos, volveré (Jn 14,18); En la casa de mi Padre hay muchas moradas, voy a prepararos un lugar (Jn 14, 2)?

Algo parece evidente: los discípulos no se alegran de que se marche el Maestro. No es lógico. Su contento estriba en el triunfo de Cristo, en su glorificación, en su majestuoso regreso al Padre. Los apóstoles, hombres con un poderoso sentido común, alcanzaban a comprender que, si Jesús había venido al mundo por ellos (y por todos los hombres), había muerto por ellos, por ellos había resucitado... ¿no subiría también al cielo por ellos? Sí, el triunfo de Cristo era el suyo también. Jesús no les dejaba, sólo se les adelantaba, les precedía para prepararles el sitio, para infundirles esperanza, para que, en medio de las persecuciones que tendrían que sufrir, miraran ese cielo donde Él les estaba esperando.

Basta observar hoy las caras mustias, los hombros caídos de muchos cristianos, para percatarse de que se piensa muy poco en el cielo. ¿Cómo, entonces, vamos a desearlo? ¿Y no nos aterra la terrible incoherencia de una vida cristiana que sigue al Maestro, lo busca... y olvida dónde nos está esperando y dónde lo encontraremos de un modo definitivo? Si los ángeles que se aparecieron a los apóstoles mientras miraban boquiabiertos hacia arriba, se nos presentaran a nosotros, ¿no nos dirían exactamente lo contrario: "qué hacéis ahí mirando siempre hacia abajo"?

Cuando realmente se comprende y se cree en el cielo, cambia el sentido de la muerte. Ésta ya no aparece como el esqueleto armado de guadaña que nos priva de tantas alegrías, de nuestras amistades, de esta vida tan hermosa. Se transforma en el amable portero que nos abre la casa del Padre, la casa de los hermanos que nos han precedido, nuestra casa. Y cada nuevo cumpleaños, se convierte en un trecho que nos acerca más a nuestra meta, a nuestro verdadero destino. ¿No sentirían los apóstoles una secreta alegría, íntima, al pensar en ese hermoso día cuando se reunirían de nuevo con Cristo?

Pero la alegría de los apóstoles no se alimentaba sólo de esperanza. Habían comprendido también que, a la luz de ese cielo, se esclarecía y ensanchaba el horizonte de esta breve vida. Su existencia cobraba nueva vida y colores insospechados. Se convertía en una oportunidad magnífica de merecer, de completar la pasión de Cristo, de llevar su amor y su felicidad a miles de hombres, como les había mandado Cristo: Id y haced discípulos míos, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Se transformaba en un nuevo cielo pues no es verdad solamente que Dios esté en el cielo. No lo es menos que donde se halla él, el cielo le acompaña. Y Jesús se lo había prometido: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

Propósito
En este día de la AscensiónMe esforzaré por mostrar una especial alegría y bondad en mis relaciones con los demás, especialmente con mi familia.
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Autor: Misael Cisneros | Fuente: Catholic.net

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