jueves, enero 08, 2015

Los Apóstoles de Jesús, San Santiago el Menor

San Santiago el Menor, el Apóstol
Mayo 3


Es el autor de la epístola que lleva su nombre

Cuando los apóstoles se dispersaron, después de Pentecostés, Felipe y Santiago son los menos andariegos. Gozaba de gran autoridad en Jerusalén, prueba de lo cual es que San Pedro le manda anunciar su liberación (Hch 12,17), toma la palabra en el concilio de Jerusalén (Hch 15,13-21).

Santiago fue el primer obispo de Jerusalén, el obispo apropiado para la "transición", fiel a la doctrina de Jesús, sin abandonar la ley de Moisés, desarrolló una intensa actividad misionera. Presidió el concilio de Jerusalén y junto con Pedro, Pablo y Bernabé, consiguió la paz entre los judíos convertidos y los paganos que pasaron al cristianismo, a los que no se deben imponer las prácticas judías. Era un tema espinoso, y supo encontrar el equilibrio pues fue quien redactó la carta que dirigieron a todos los cristianos. Utilizó su prestigio para el servicio de Dios y no para sus gustos particulares (cf. Hch 15,1-29). San Pablo no duda en llamarle "Columna de la Iglesia". Era un gran asceta, pacífico y tenaz a la vez, y quedó a cargo la iglesia de Jerusalén luego de la dispersión de los apóstoles por el mundo.

Es el autor de la epístola que lleva su nombre, la que contiene una serie de normas morales inspiradas en los libros sapienciales, pero impregnadas ya de la espiritualidad del Sermón de la Montaña. Normas preciosas sobre la verdad, la libertad, la caridad, la concordia, la unión inseparable de fe y obras. Llama la atención su insistencia en los pecados de la lengua, y de modo particular sus apóstrofes contra los ricos que se olvidan de sus jornaleros y sólo piensan en atesorar, todo lo cual un día se volverá contra ellos.

Martirio del Apóstol
La tradición dice sobre su muerte que a los treinta años de haber sido consagrado obispo, viendo los judíos que no podían matar a Pablo porque se había ido a Roma a apelar ante el César, centraron todo el furor de su odio religioso contra Santiago, y comenzaron a buscar algún pretexto para acusarle.

Unos cuantos judíos, por orden del sumo sacerdote Anás II, fueron a ver a Santiago y le dijeron: “Te rogamos que desengañes al pueblo y le hagas ver que se equivoca al creer que Jesús fue Cristo. Te suplicamos que el próximo día de Pascua, aprovechando la oportunidad de la gran cantidad de gente que viene a Jerusalén, hables a las multitudes y las disuadas de todas esas cosas que vienen admitiendo en relación con Jesús. Si así lo haces, tanto nosotros como el pueblo en general nos atendremos a su testimonio, reconoceremos que eres justo y que no te dejas influir por nadie.

El día de Pascua, aquellos mismos hombres que trataron de seducirle llevaron al apóstol a la terraza más alta del templo, a fin de que pudiera ser bien visto y oído por las multitudes y le dijeron a voces: ¡Santiago! ¡Tú eres el más honesto de todos los hombres! Todos acatamos tu testimonio. Dinos, pues, aquí, públicamente, qué opinión te merece la actitud de esas gentes que andan por ahí errantes, detrás de ese Jesús crucificado.

Santiago, también con voz muy fuerte, respondió: “¿Queréis saber lo que yo pienso acerca del Hijo del hombre? Pues prestad atención: pienso que está sentado en el cielo, a la derecha del Sumo Poder, y que un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”.

Los cristianos, al oír esta respuesta, la acogieron con gritos de jubilosa alegría y grandes aplausos; los fariseos y escribas, en cambio, comentaron entre sí: ¡Mal paso hemos dado al brindarle esta ocasión de que emitiera públicamente este testimonio acerca de Jesús!

Enmendemos el error que hemos cometido: subámosle hasta las más altas almenas y arrojémosle desde ellas a la calle para que los creyentes se asusten y desechen sus creencias. Así lo hicieron; lo llevaron a lo más alto del Templo, y desde allí dijeron a gritos: ¡Oh! ¡Oh! ¡El que teníamos por justo se ha equivocado!

Dicho esto, le dieron un empujón y lo arrojaron al vacío, y en cuanto el apóstol llegó al suelo se arremolinaron contra él los judíos que habían presenciado desde abajo su caída, y empezaron a gritar: ¡Apedreemos a Santiago el Justo!

Seguidamente comenzaron a apedrearlo. Santiago, que pese a la altura desde la que cayó no se había hecho ningún daño, al ver que arrojaban piedras contra él se puso de rodillas, y en actitud de oración, levantando sus manos hacia el cielo, exclamó: ¡Señor! ¡Te ruego que los perdones, porque no saben lo que hacen!

Al iniciarse la pedrea, uno de los sacerdotes, hijo de Rahab, se encaró con la multitud y dijo: “¡Alto! ¡No tiréis piedras, os lo ruego! ¿Qué pretendéis hacer? ¿No os dais cuenta de que este santo varón al que estáis apedreando corresponde a vuestra crueldad orando por vosotros? “No obstante esta advertencia, uno de los fanáticos, con una pértiga de batanero, descargó sobre la cabeza del apóstol un golpe terrible, que le rompió el cráneo.

Con este género de martirio el alma del santo apóstol emigró al Señor en tiempo del emperador Nerón, que inició su reinado hacia el año 57 de nuestra era.

Su cuerpo fue sepultado en el mismo sitio en que murió, a la vera del Templo. El pueblo trató de vengar su muerte y de apoderarse de quienes lo mataron para castigarles, pero los malhechores se dieron buena maña para escapar rápidamente de allí.

La Iglesia Católica, a partir del año 1959, celebra la fiesta de Santiago el Menor el 3 de Mayo junto con el otro apóstol Felipe.

Previamente su festividad era el 31 de Mayo y más anteriormente el 10 de Mayo. En la tradición de la Iglesia Ortodoxa se festeja el 9 de Octubre.

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